lunes, 31 de marzo de 2014

Rima LVII - Gustavo Adolfo Bécquer

Yo sé cuál el objeto
De tus suspiros es;
Yo conozco la causa de tu dulce
Secreta languidez.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.

Yo sé cundo tu sueñas,
Y lo que en sueños ves;
Como en un libro puedo lo que callas
En tu frente leer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
Y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
De tu alma de mujer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tu sientes mucho y nada sabes
yo que no siento ya, todo lo sé.

Juan Lopez y John Ward.

Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países,
cada uno provisto de lealtades,
de queridas memorias,
de un pasado sin duda heroico,
de derechos,
de agravios,
de una mitología peculiar,
de próceres de bronce,
de aniversarios,
de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;
Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad,
que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara,
en unas islas demasiado famosas,
y cada uno de los dos fue Caín,
y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos.
La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.