"¿No cree que es eso precisamente lo que la literatura debe hacer, provocar desasosiego?" - Antonio Tabucchi
Miro la pantalla esperando que palabras inteligentes y maravillosamente sofisticadas salgan de mi cerebro, pero no puedo procesar nada, nada puede salir mas que una estúpida sonrisa, triste y satisfecha.
Después de algún tiempo esperando (para mi muchísimo, aun cuando estoy acostumbrada a estas esperas) vi The Fault in Our Stars o su traducción al español "bajo la misma estrella".
Simplemente fue perfecta. Una hermosa y fiel adaptación a un GIGANTEMENTE hermoso libro. Los que sabemos lo que es sufrir con las adaptaciones cinematografiaras de nuestros libros, sabemos apreciar un trabajo dedicado y meticuloso como este. Si tuviera puesto un sombrero me lo sacaría ante esta producción, dirección y elenco. Y si tuviera una fortuna se la daría a mi amado John Green (como lo decimos los amigos JG).
Esta persona que vive su vida normal, allá en algún lugar muy lejano al mio, hizo mi vida mejor sin jamas enterarse. Él, haciendo lo que ama, me hizo feliz y no solo una o dos veces, constantemente me regocijo en su existencia porque es él el que creo estos hermosos libros que hoy amo.
Todos hablan de lo hermosa, triste y romántica que es la película. !Pero no! no es romántica. Es casi todo pero no es una historia romántica. Es un historia de amor, amor en todas sus realidades. Aun cuando no hay romance hay amor, aun cuando las realidades no son las ideales, cuando las tribulaciones parecen no dejarlos continuar, aun cuando parece que simplemente vinieron a esta vida para sufrir, hay amor.
"Donde hay esperanza, hay vida" Dice la voz de Ana Frank en medio de la película. Y aun después de la vida, en esta hermosa película, hay amor, hay una esperanza de una realidad mejor. Esperanza de construir un destino mejor, y si ese destino ya esta escrito, afrontarlo de la mejor manera, amando mucho y lastimando poco. "Uno no puede elegir si es lastimado en este mundo, pero si puedes elegir quien te hace daño". Porque el dolor es inevitable en esta vida, porque la vida por ser vida duele, pero la idea es abrazar ese dolor y buscar la forma de sobrevivir.
Pocas veces disfrute así una película, quizás porque este libro significo mucho para mi. Tal vez significo mucho para mi porque fue una inyección de realidad, un tirón al piso, fue una historia de amor sin ser una historia romántica, empalagosa y típica. Fue y va a ser una de mis historias favoritas más que por su contenido general, por los pequeños detalles que la componen, por un dialogo, por una mirada, por una respuesta o una acción. Por la filosofía de vida plasmada detrás de cada dialogo, y por sobre todas las cosas por su realidad inevitable, porque "el mundo, definitivamente, no es una maquina de conceder deseos" y este libro es una prueba (ahora viviente) de como es la vida real: Dura y cruel pero hermosa si se aprende como disfrutarla.
En fin en eso se basa todo en esta vida, que algo lo que sea, te haga sentir algo. Y este libro y esta película me hicieron sentir, no solo algo, sino que todo. Y por eso estoy extremadamente agradecida.
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jueves, 26 de junio de 2014
viernes, 25 de abril de 2014
El colectivo de las 8:30.
Ella:
Presa de sus hábitos ella convertía cada acción de su vida,
que le generara placer, en rutina. Y aquella mañana de mayo, fría como pocas,
descubrió su más grande habito y placer, sin siquiera saberlo. Quizás si lo hubiera
sospechado antes lo hubiera evitado, no hubiera tomado ese colectivo.
Esa mañana más temprano que de costumbre estuvo en la
esquina de su casa esperando el colectivo, cosa rara en ella, como le
dacia su hermano cada vez que tenia oportunidad, era “un animal de hábitos”.
Subió a aquel colectivo vacío de las 8.30, saludando alegremente al chófer como
siempre lo hacía, salvo que esta vez él solo la miro extrañado, “claro, no es el mismo chófer de todas las
mañanas” pensó ella. Eso la incomodo 2 segundos y la avergonzó 3 minutos
hasta la siguiente parada donde subieron dos señoras que ella no reconoció, lo
que era raro. Ella nunca hablaba con nadie en el colectivo pero conocía sus
rostros como el suyo propio. Todo era diferente esa mañana.
Como todos los días, saco sus auriculares y puso la misma
música que le gustaba escuchar por la mañana. Y se distrajo con la ventana
hasta la siguiente parada. Raro, nadie subía en esa parada en el
colectivo de las 9, que acostumbraba a tomar. Prestó especial atención por esto. Subió un chico, rubio
hasta su cabello facial, mejillas rojas por el frió y anteojos de marco negro
resaltando sus ojos celestes. Tuvo que admitirlo, era el más atractivo de todos
los seres humanos que estaban en el colectivo de las 8.30. Claro los únicos con
los que podía compararlos eran ella misma, dos señoras algo ancianas y un niño
de secundaria durmiendo en el fondo. Para ser más justa llego a la conclusión
que era el ser humano más atractivo en los 5 kilómetros a la redonda.
Tenía una chaqueta negra que parecía de cuero, pero ella no
sabía si era cuero o no, no sabía nada sobre el cuero. Debajo se veía una
camisa azul oscuro, una bufanda marrón claro y un gorro haciendo juego. Luego
unos jeans, “alguien tendría que tomarse
el trabajo de escribir un libro solamente sobre lo bien que le quedan esos
jeans” pensó. Unas converses azules y una mochila negra. Listo. Eso era todo, con solo eso, él
era dueño del título de “El ser humano más atractivo del colectivo de las
8.30”.
Se sentó (solo un asiento los separaba) y no lo hizo como
todas las personas normales lo harían, mirando hacia el frente. Él recostó su
espalda en el vidrio de la ventana, con toda su persona mirando hacia el
pasillo que formaban los asientos. Por lo que ella podía mirar su perfil sin el
mínimo esfuerzo.
***
Él:
Esa mañana hacia tanto frió que se quedo 15 minutos más en
la cama. No llegaría tarde pero tampoco con tiempo de sobra como a él le
gustaba. Odiaba llegar con el tiempo justo. Le costó tanto abrir los ojos que
inclusive considero si tal vez valía la pena unas horas de sueño en su cama calentita
y a cambio reprobar por completo su clase.
Ni si quiera tenía ganas de vestirse, ni siquiera tenía ganas de
pensar. Tomo la misma camisa del día anterior, y su chaqueta negra que parecía
de cuero pero no lo era (pensó que tendría que dejar de usarla pero le
encantaba). Estuvo en su parada más tarde de lo que había planeado, hacia tanto frió que
tuvo que recurrir a un gorro y una bufanda. Ni siquiera se afeito su barba de 6
días y sumando que su cabello estaba ya muy largo, quizás era lo más desprolijo
que jamás anduvo.
Cuando vio el colectivo acercarse miro su reloj: 8.40. Él
tomaba todos los días el colectivo de las 8.15, esta vez no tenia que saludar
al amigable chófer, por suerte, pensó. Y serian todos rostros nuevos que
examinar y adivinar. Él tenía este pequeño juego al que siempre recurría cuando
viajaba en colectivo: miraba todos los rostros, sus gestos, a veces cruzaba
miradas y trataba de adivinar que hacían, a donde iban, algunas veces sus
nombres.
Subió y se sentó como siempre lo hacía, en la parte delantera
y en la hilera de la izquierda, donde los asientos eran individuales,
recostando su espalda en el vidrio de la ventana cerrada y con sus pies
estirados en pasillo. Así de esta manera, era más fácil mirar a sus compañeros
pasajeros. Dos señoras en los primero asientos de la derecha, justo a su
frente, eran tan fáciles que ni siquiera intento. Un chico con uniforme escolar
ocupando dos asientos del fondo, totalmente dormido.
Y luego estaba ella. Mirando por la ventana con auriculares
y un gorro rojo. Su cabello marrón caía formando ondas y su nariz estaba tan
roja como la de Rudolf en plena noche buena, sus labios estaban quebrados y
rojos por el frió. Hizo que él se mordiera sus labios, “eso seguro le duele” pensó.
Ella miraba por la ventana así que no podía ver el color de
sus ojos. Marrones pero claros, adivino, avellanas quizás.
Estuvo casi seguro que le llego un mensaje, aun que no
escucho sonar su celular, porque ella se sobresalto levemente y bajo su cabeza
a su regazo, levantando luego su celular. Cuando termino con su teléfono levanto la mirada hacia él.
Avellanas, enormes avellanas enmarcadas en enormes pestañas
sin maquillaje. Se sintió muy satisfecho al respecto. Cuando sus miradas se encontraron las mejillas de ella adoptaron
casi el mismo rojo de su nariz. “Tiempo fuera” pensó él y aparto la mirada
hacia el frente, volviendo con las señoras.
***
Ella:
¡La miro por más de dos minutos! ¡DOS MALDITOS MINUTOS! Eso
es casi dos años cuando se refiere a miradas. Tuvo que mirar la ventana casi
todo el tiempo. Cuando su cuello comenzó a doler tuvo que fingir que su celular
sonó, que le llego un mensaje imaginario y que lo estaba leyendo. Cuando
levanto la mirada del teléfono sus miradas se cruzaron.
Los ojos celestes de él justo clavados en los suyos. Fue
inevitable, sintió la sangre fluir en
sus mejillas, las sintió arder en el color. Él pareció notarlo porque aparto su
mirada.
Ahora lo sabía, mirarlo de frente era mucho mejor que mirar
su perfil.
Tamborileaba sus dedos en la parte superior del respaldo de su asiento, el cual solo ocupada para reposar un brazo. Sus manos eran iguales o más atractivas que él. Claro, pensó ella, es una parte del todo. Su mente comenzó a divagar sobre cómo se sentiría sostener esas manos frías. Se pregunto si en realidad estarían frías. A él parecía no importarle el frió, como un ser inmune a el, o al menos a parte de él parecía no importarle. Sus mejillas parecían estar pasándola mal, todas rojas victimas del viento. Pero el resto de él parecía como si no estuviera pasando nada.
Tamborileaba sus dedos en la parte superior del respaldo de su asiento, el cual solo ocupada para reposar un brazo. Sus manos eran iguales o más atractivas que él. Claro, pensó ella, es una parte del todo. Su mente comenzó a divagar sobre cómo se sentiría sostener esas manos frías. Se pregunto si en realidad estarían frías. A él parecía no importarle el frió, como un ser inmune a el, o al menos a parte de él parecía no importarle. Sus mejillas parecían estar pasándola mal, todas rojas victimas del viento. Pero el resto de él parecía como si no estuviera pasando nada.
Sus manos propias estaban envueltas en unos gruesos guantes
y refugiadas en sus bolsillos, aun así tenía miedo de perder un dedo. Él sonrió
mirando a las señoras sentadas justo en la hilera de asientos a
su frente. Ella no podía ni siquiera imaginarse que estaría cruzando por la
cabeza de “el-ser-humano-más-atractivo-del-colectivo-de-las-8.30”.
Se dio cuenta que sus dedos seguían un ritmo, miro sus
orejas buscando auriculares, nada. El ritmo estaba en su cabeza. Ella puso
pausa a su música y automáticamente escucho el débil barullo de las señoras,
que hablaban sobre el precio de los tomates. Sus dedos seguían… “tu tu
tutututu”.
Ella quiso saber la canción que estaba atorada en su
cerebro. Quiso mirar sus ojos otra vez para decidir si era celestes como el
cielo en verano o celestes como el mar de alguna isla paradisíaca. El colectivo
giro y el sol de la mañana dio de lleno en su rostro lo que lo que hizo que
arrugara su frente.
Sus pestañas, que hasta entonces pasaron sin hacerse notar
parecieron tomar de repente todo el protagonismo en su cara. Eran marrones
claras casi rubias, de ahí el hecho que no las había notado antes, y tan largas
que avergonzarían a cualquier modelo de pestañas, si es que eso existiera.
***
Él:
Marta y María. Estaba ya confirmando los nombres de las
señoras. Estaba tan seguro de que las dos eran vecinas que él podía apostar
todos sus vídeos juegos en ello. Y podía casi afirmar que se bajarían en el
mercado a comprar tomates.
El chico del fondo definitivamente estaba llegando muy tarde
a la escuela y estaba seguro que se quedo dormido. Tal como ahora, que estaba casi
babeando con su cabeza colgada en una posición muy poco cómoda. Estaba tratando
de identificar el uniforme del chico cuando sintió la mirada de ella clavada en
él. Se sintió incomodo de repente, se sintió observado. ¿Así se siente cuando
te miran fijo? Si era así, definitivamente él ha sido bastante grosero con sus
compañeros pasajeros.
Decidió darle un tiempo para que ella desvíe la mirada y la
miro. Como lo espero, ella estaba mirando por la ventana otra vez. Con sus
dedos puso algo de cabello detrás de su oreja para luego acomodar su gorro, tenía guantes rojos que
combinaban con este a la perfección. Tenía un abrigo azul oscuro que si el
sol no estaría donde estaba y si no estuviera dando de lleno en ella, habría
pensado que era negro. Gracias al sol también pudo distinguir pecas en sus
mejillas, apenas visibles, pero ahí estaban.
De repente algo la sobre salto y esta vez fue más brusco.
Miro a su alrededor como si estuviera perdida, miro por la ventana como si no
lo estuviera haciendo antes. Estuvo casi seguro que articulo la palabra
“mierda” o lo dijo muy bajo, dos veces. Aseguro su bolso y se levanto, sin
antes mirarlo. Se miraron por 1 segundo. Él sonrió, no lo pudo evitar. Y como
por arte de magia ella estaba roja otra vez. No sonrió, parpadeo con sus
enormes ojos y salió despedida hacia la puerta para tocar el timbre. El chófer paro y ella bajo. Él no se contuvo y estiro su cuello para mirarla mientras el
colectivo se alejaba de ella. Ella lo miro y como si la hubieran atrapado
haciendo algo malo, bajo la mirada desorientada. Su cara estaba tan roca como
su gorro y sus guantes.
***
Ella:
Se dio cuenta que estaba agitada porque su aliento se materializaba
gracias al frió. Estaba algo desorientada y podía sentir su cara encendida al
punto del ardor. Alzo la vista hacia el colectivo, que ya muy lejos para
distinguirlo. Se quito los guantes y toco sus mejillas, quizás tenía fiebre, no
era normal que ardan tanto.
Trato de pensar con claridad mientras se ponía sus guantes.
Trato de quitar la imagen de esa enorme sonrisa de su mente, que la hacía
querer contar sus dientes uno por uno y tal vez morder sus cachetes.
No pudo devolverle la sonrisa, la desencajo tanto que se
quedo mirándolo, como idiota, como si nunca nadie le había sonreído. Se sintió tan
avergonzada y a la vez sonrió como tarada, sola parada en la vereda. “Claro, ahora sonreís” se dijo a sí
misma.
Cruzando la calle para entrar a su trabajo y lanzando una ultima mirada a la esquina donde el colectivo se perdió, planeo de la
nada, tomar todos los días el colectivo de las 8:30.
***
lunes, 31 de marzo de 2014
Rima LVII - Gustavo Adolfo Bécquer
Yo sé cuál el objeto
De tus suspiros es;
Yo conozco la causa de tu dulce
Secreta languidez.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.
Yo sé cundo tu sueñas,
Y lo que en sueños ves;
Como en un libro puedo lo que callas
En tu frente leer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.
Yo sé por qué sonríes
Y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
De tu alma de mujer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tu sientes mucho y nada sabes
yo que no siento ya, todo lo sé.
De tus suspiros es;
Yo conozco la causa de tu dulce
Secreta languidez.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.
Yo sé cundo tu sueñas,
Y lo que en sueños ves;
Como en un libro puedo lo que callas
En tu frente leer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
tú lo sabes apenas
y yo lo sé.
Yo sé por qué sonríes
Y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
De tu alma de mujer.
¿Te ríes?...Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tu sientes mucho y nada sabes
yo que no siento ya, todo lo sé.
Juan Lopez y John Ward.
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países,
cada uno provisto de lealtades,
de queridas memorias,
de un pasado sin duda heroico,
de derechos,
de agravios,
de una mitología peculiar,
de próceres de bronce,
de aniversarios,
de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;
Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad,
que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara,
en unas islas demasiado famosas,
y cada uno de los dos fue Caín,
y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos.
La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.
El planeta había sido parcelado en distintos países,
cada uno provisto de lealtades,
de queridas memorias,
de un pasado sin duda heroico,
de derechos,
de agravios,
de una mitología peculiar,
de próceres de bronce,
de aniversarios,
de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;
Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad,
que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara,
en unas islas demasiado famosas,
y cada uno de los dos fue Caín,
y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos.
La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.
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