viernes, 25 de abril de 2014

El colectivo de las 8:30.

Ella:
Presa de sus hábitos ella convertía cada acción de su vida, que le generara placer, en rutina. Y aquella mañana de mayo, fría como pocas, descubrió su más grande habito y placer, sin siquiera saberlo. Quizás si lo hubiera sospechado antes lo hubiera evitado, no hubiera tomado ese colectivo.
Esa mañana más temprano que de costumbre estuvo en la esquina de su casa esperando el colectivo, cosa rara en ella, como le dacia su hermano cada vez que tenia oportunidad, era “un animal de hábitos”. Subió a aquel colectivo vacío de las 8.30, saludando alegremente al chófer como siempre lo hacía, salvo que esta vez él solo la miro extrañado, “claro, no es el mismo chófer de todas las mañanas” pensó ella. Eso la incomodo 2 segundos y la avergonzó 3 minutos hasta la siguiente parada donde subieron dos señoras que ella no reconoció, lo que era raro. Ella nunca hablaba con nadie en el colectivo pero conocía sus rostros como el suyo propio. Todo era diferente esa mañana.
Como todos los días, saco sus auriculares y puso la misma música que le gustaba escuchar por la mañana. Y se distrajo con la ventana hasta la siguiente parada. Raro, nadie subía en esa parada en el colectivo de las 9, que acostumbraba a tomar. Prestó especial atención por esto. Subió un chico, rubio hasta su cabello facial, mejillas rojas por el frió y anteojos de marco negro resaltando sus ojos celestes. Tuvo que admitirlo, era el más atractivo de todos los seres humanos que estaban en el colectivo de las 8.30. Claro los únicos con los que podía compararlos eran ella misma, dos señoras algo ancianas y un niño de secundaria durmiendo en el fondo. Para ser más justa llego a la conclusión que era el ser humano más atractivo en los 5 kilómetros a la redonda.
Tenía una chaqueta negra que parecía de cuero, pero ella no sabía si era cuero o no, no sabía nada sobre el cuero. Debajo se veía una camisa azul oscuro, una bufanda marrón claro y un gorro haciendo juego. Luego unos jeans, “alguien tendría que tomarse el trabajo de escribir un libro solamente sobre lo bien que le quedan esos jeans” pensó. Unas converses azules y una mochila negra. Listo. Eso era todo, con solo eso, él era dueño del título de “El ser humano más atractivo del colectivo de las 8.30”.
Se sentó (solo un asiento los separaba) y no lo hizo como todas las personas normales lo harían, mirando hacia el frente. Él recostó su espalda en el vidrio de la ventana, con toda su persona mirando hacia el pasillo que formaban los asientos. Por lo que ella podía mirar su perfil sin el mínimo esfuerzo.

***

Él:
Esa mañana hacia tanto frió que se quedo 15 minutos más en la cama. No llegaría tarde pero tampoco con tiempo de sobra como a él le gustaba. Odiaba llegar con el tiempo justo. Le costó tanto abrir los ojos que inclusive considero si tal vez valía la pena unas horas de sueño en su cama calentita y a cambio reprobar por completo su clase.
Ni si quiera tenía ganas de vestirse, ni siquiera tenía ganas de pensar. Tomo la misma camisa del día anterior, y su chaqueta negra que parecía de cuero pero no lo era (pensó que tendría que dejar de usarla pero le encantaba). Estuvo en su parada más tarde de lo que había planeado, hacia tanto frió que tuvo que recurrir a un gorro y una bufanda. Ni siquiera se afeito su barba de 6 días y sumando que su cabello estaba ya muy largo, quizás era lo más desprolijo que jamás anduvo.
Cuando vio el colectivo acercarse miro su reloj: 8.40. Él tomaba todos los días el colectivo de las 8.15, esta vez no tenia que saludar al amigable chófer, por suerte, pensó. Y serian todos rostros nuevos que examinar y adivinar. Él tenía este pequeño juego al que siempre recurría cuando viajaba en colectivo: miraba todos los rostros, sus gestos, a veces cruzaba miradas y trataba de adivinar que hacían, a donde iban, algunas veces sus nombres.
Subió y se sentó como siempre lo hacía, en la parte delantera y en la hilera de la izquierda, donde los asientos eran individuales, recostando su espalda en el vidrio de la ventana cerrada y con sus pies estirados en pasillo. Así de esta manera, era más fácil mirar a sus compañeros pasajeros. Dos señoras en los primero asientos de la derecha, justo a su frente, eran tan fáciles que ni siquiera intento. Un chico con uniforme escolar ocupando dos asientos del fondo, totalmente dormido.
Y luego estaba ella. Mirando por la ventana con auriculares y un gorro rojo. Su cabello marrón caía formando ondas y su nariz estaba tan roja como la de Rudolf en plena noche buena, sus labios estaban quebrados y rojos por el frió. Hizo que él se mordiera sus labios, “eso seguro le duele” pensó.
Ella miraba por la ventana así que no podía ver el color de sus ojos. Marrones pero claros, adivino, avellanas quizás.
Estuvo casi seguro que le llego un mensaje, aun que no escucho sonar su celular, porque ella se sobresalto levemente y bajo su cabeza a su regazo, levantando luego su celular. Cuando termino  con su teléfono levanto la mirada hacia él.
Avellanas, enormes avellanas enmarcadas en enormes pestañas sin maquillaje. Se sintió muy satisfecho al respecto. Cuando sus miradas  se encontraron las mejillas de ella adoptaron casi el mismo rojo de su nariz. “Tiempo fuera” pensó él y aparto la mirada hacia el frente, volviendo con las señoras.

***

Ella:
¡La miro por más de dos minutos! ¡DOS MALDITOS MINUTOS! Eso es casi dos años cuando se refiere a miradas. Tuvo que mirar la ventana casi todo el tiempo. Cuando su cuello comenzó a doler tuvo que fingir que su celular sonó, que le llego un mensaje imaginario y que lo estaba leyendo. Cuando levanto la mirada del teléfono sus miradas se cruzaron.
Los ojos celestes de él justo clavados en los suyos. Fue inevitable, sintió la sangre fluir  en sus mejillas, las sintió arder en el color. Él pareció notarlo porque aparto su mirada.
Ahora lo sabía, mirarlo de frente era mucho mejor que mirar su perfil.
Tamborileaba sus dedos en la parte superior del respaldo de su asiento, el cual solo ocupada para reposar un brazo. Sus manos eran iguales o más atractivas que él. Claro, pensó ella, es una parte del todo. Su mente comenzó a divagar sobre cómo se sentiría sostener esas manos frías. Se pregunto si en realidad estarían frías. A él parecía no importarle el frió, como un ser inmune a el, o al menos a parte de él parecía no importarle. Sus mejillas parecían estar pasándola mal, todas rojas victimas del viento. Pero el resto de él parecía como si no estuviera pasando nada.
Sus manos propias estaban envueltas en unos gruesos guantes y refugiadas en sus bolsillos, aun así tenía miedo de perder un dedo. Él sonrió mirando a las señoras sentadas justo en la hilera de asientos a su frente. Ella no podía ni siquiera imaginarse que estaría cruzando por la cabeza de “el-ser-humano-más-atractivo-del-colectivo-de-las-8.30”.
Se dio cuenta que sus dedos seguían un ritmo, miro sus orejas buscando auriculares, nada. El ritmo estaba en su cabeza. Ella puso pausa a su música y automáticamente escucho el débil barullo de las señoras, que hablaban sobre el precio de los tomates. Sus dedos seguían… “tu tu tutututu”.
Ella quiso saber la canción que estaba atorada en su cerebro. Quiso mirar sus ojos otra vez para decidir si era celestes como el cielo en verano o celestes como el mar de alguna isla paradisíaca. El colectivo giro y el sol de la mañana dio de lleno en su rostro lo que lo que hizo que arrugara su frente.
Sus pestañas, que hasta entonces pasaron sin hacerse notar parecieron tomar de repente todo el protagonismo en su cara. Eran marrones claras casi rubias, de ahí el hecho que no las había notado antes, y tan largas que avergonzarían a cualquier modelo de pestañas, si es que eso existiera.

***

Él:
Marta y María. Estaba ya confirmando los nombres de las señoras. Estaba tan seguro de que las dos eran vecinas que él podía apostar todos sus vídeos juegos en ello. Y podía casi afirmar que se bajarían en el mercado a comprar tomates.
El chico del fondo definitivamente estaba llegando muy tarde a la escuela y estaba seguro que se quedo dormido. Tal como ahora, que estaba casi babeando con su cabeza colgada en una posición muy poco cómoda. Estaba tratando de identificar el uniforme del chico cuando sintió la mirada de ella clavada en él. Se sintió incomodo de repente, se sintió observado. ¿Así se siente cuando te miran fijo? Si era así, definitivamente él ha sido bastante grosero con sus compañeros pasajeros. 
Decidió darle un tiempo para que ella desvíe la mirada y la miro. Como lo espero, ella estaba mirando por la ventana otra vez. Con sus dedos puso algo de cabello detrás de su oreja para luego acomodar su gorro, tenía guantes rojos que combinaban con este a la perfección. Tenía un abrigo azul oscuro que si el sol no estaría donde estaba y si no estuviera dando de lleno en ella, habría pensado que era negro. Gracias al sol también pudo distinguir pecas en sus mejillas, apenas visibles, pero ahí estaban.
De repente algo la sobre salto y esta vez fue más brusco. Miro a su alrededor como si estuviera perdida, miro por la ventana como si no lo estuviera haciendo antes. Estuvo casi seguro que articulo la palabra “mierda” o lo dijo muy bajo, dos veces. Aseguro su bolso y se levanto, sin antes mirarlo. Se miraron por 1 segundo. Él sonrió, no lo pudo evitar. Y como por arte de magia ella estaba roja otra vez. No sonrió, parpadeo con sus enormes ojos y salió despedida hacia la puerta para tocar el timbre. El chófer paro y ella bajo. Él no se contuvo y estiro su cuello para mirarla mientras el colectivo se alejaba de ella. Ella lo miro y como si la hubieran atrapado haciendo algo malo, bajo la mirada desorientada. Su cara estaba tan roca como su gorro y sus guantes.

***

Ella:
Se dio cuenta que estaba agitada porque su aliento se materializaba gracias al frió. Estaba algo desorientada y podía sentir su cara encendida al punto del ardor. Alzo la vista hacia el colectivo, que ya muy lejos para distinguirlo. Se quito los guantes y toco sus mejillas, quizás tenía fiebre, no era normal que ardan tanto.
Trato de pensar con claridad mientras se ponía sus guantes. Trato de quitar la imagen de esa enorme sonrisa de su mente, que la hacía querer contar sus dientes uno por uno y tal vez morder sus cachetes.
No pudo devolverle la sonrisa, la desencajo tanto que se quedo mirándolo, como idiota, como si nunca nadie le había sonreído. Se sintió tan avergonzada y a la vez sonrió como tarada, sola parada en la vereda. “Claro, ahora sonreís” se dijo a sí misma.
Cruzando la calle para entrar a su trabajo y lanzando una ultima mirada a la esquina donde el colectivo se perdió, planeo de la nada, tomar todos los días el colectivo de las 8:30.

***




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